ANEKKE MENIRE

Allí, al otro lado del río. Unos ojos penetrantes me miraban con curiosidad tras una máscara, con las historias de sus ancestros pintadas con tinta sobre la piel. Casi podía escuchar el sonido de sus corazones sonando al unísono, latiendo junto, brillando bajo la misma luna.

Porque eso son ellas: hijas de la luna.

Abuelas, hijas y nietas que mantienen viva

su tradición, su historia, su tierra. 

Porque ellas son las verdaderas

protectoras de la vida.

Ellas son las “menire”, las mujeres indígenas del Amazonas.

El río conectaba todas esas tribus, dejando a su paso un reguero que hablaba de su historia, de su lucha.
Y allí, rodeada por ellas, pronto entendí su conexión con la tribu, con su hogar, con su historia.
El río conectaba todas esas tribus,
dejando a su paso un reguero que hablaba de su historia, de su lucha.
Y allí, rodeada por ellas, pronto entendí su conexión con la tribu, con su hogar, con su historia.
Todo estaba ahí, rodeándome. Estaba en los 4 elementos de la madre naturaleza: la tierra, el fuego, el agua y el aire. Estaba en nuestras venas, corriendo con la fuerza del río. Estaba en las historias contadas alrededor de una hoguera, donde éramos familia.

Pero también está en su tradición, en la artesanía. Están conectadas con un hilo invisible mediante un canto que las guía, en ese proceso en el que sus almas se unen para generar las formas artesanales llamadas “kene”.

Y viajé por su historia. La de cada tribu, cada mujer que llevaba por bandera la lucha por el Amazonas.
La de su lucha por proteger su hogar, sus costumbres, su historia.
Y viajé por su historia. La de cada tribu, cada mujer que llevaba por bandera la lucha por el Amazonas. La de su lucha por proteger su hogar, sus costumbres, su historia.
Y fui parte de ellas, una integrante más de la tribu. Fui una guardiana vestida con una máscara tribal, descubriendo todos los matices que guarda cada forma dibujada sobre la piel. Fuimos un reflejo en el río que pintaba la palabra “pueblo”. Fuimos fuerza. Fuimos valor.

Fui una artesana conectada a sus almas mágicas, tejiendo con mis manos un pedacito de su tradición, atrayendo a sus ancestros.


Y, con sus formas tradicionales, fui creando nuevos relatos sobre esas mujeres guerreras, sobre cómo sus palabras se pintaban en colores, sobre cómo sus formas ahora también eran mías.

Porque su lucha también es la mía. Porque su hogar, el Amazonas, ahora también es el mío.
Porque el Amazonas tiene nombre de mujer.